miércoles, 22 de diciembre de 2010

EL BOLSHOI DONDE NACIO MAYA ** POR RITA AMODEI

EL GLORIOSO BOLSHOI FUE LA PUERTA ABIERTA AL MUNDO PARA ACCEDER A LA MAGNIFICENCIA ARTISTICA DE MAYA PLISETSKAYA .
JUNTOS , EL TEATRO Y LA Iº BAILARINA , DIERON VIDA AL ENGARCE PERFECTO PARA LA JOYA MAS PRECIOSA : EL BALLET








Instalado en el número 7 de la plaza Sverdiova, frente a unos amplios jardines y a una fuente con surtidores, el edificio del Bolshoi, con su famosa fachada neoclásica coronada por la escultura de una carroza, es una referencia obligada para todo visitante de Moscú. La prehistoria del más célebre de los teatros rusos se remonta a marzo de 1776, cuando la emperatriz Catalina II otorgó al príncipe Piotr Urúsov el privilegio de administrar "todas las representaciones teatrales en Moscú". Su primera compañía, formada por sólo trece personas (todos ellos siervos del príncipe, que eran a la vez cantantes líricos y actores de las representaciones dramáticas) se instaló en una casa particular propiedad del conde Vorontsov, que estaba situada en la calle Zámenka.
Cuatro años más tarde, en 1780, el teatro inauguró su primera sala propia, un espléndido edificio que se encontraba en la calle Petrovka (a causa de lo cual empezó a llamárselo Teatro Petrovski), donde permaneció durante un cuarto de siglo de memorables actividades líricas, hata que en 1805. El repertorio de aquélla época poco tenía que ver con el que devendría clásico de la sala desde la segunda mitad del siglo XIX hasta actualidad. Por entonces, por ejemplo, uno de los mayores éxitos de la casa fue la ópera cómica de Mijaí Sokolovski, El brujo del molinero, tramposo y casamentero, o espectáculos que incluían danzas folclóricas como El cuadro campestre o La fiesta aldeana.

Hubo de esperar a la recuperación del imperio, tras las guerras napoleónicas, para que se inaugurase la nueva y fastuosa sala del Bolshoi, construida por el arquitecto Osip Beauvais sobre diseño de Andréi Mijailov, cuyas dimensiones sólo eran inferiores a las de la Scala de Milán. Por entonces se había incorporado a la compañía estable el coreógrafo y bailarín Adam Glushkovski, precursor de las grandes figuras de la danza del siglo XX, que fue quien puso los cimientos del ballet clásico ruso. Un nuevo incendio –esa plaga bíblica de los teatros de los siglos XVII al XIX- se abatió sobre él en 1853: la sala ardió durante una semana y no quedó de ella más que unos calcinados muros y restos de la fachada.

Entretanto, se había producido el estreno de Una vida por el zar (1842) y de Russian y Lyumila (1846), las dos grandes óperas de Mijail Glinkam, y a continuación los de Esmeralda y Rusalka, ambas de Alexander Dargomyski, que abrieron el camino hacia la consolidación de un repertorio nacional que alcanzaría años más tarde su culminación con las cimas de Boris Godunov, El Príncipe Igor, El Gallo de oro o Evgeni Oneguin. En 1856, no obstante, el teatro había sido ya reconstruído enteramente con el aspecto externo, la lujosa decoración interior y el aforo de 2300 localidades que ha conservado hasta la actualidad. Aunque en Moscú hay teatros con más capacidad, la solera y grandeza del Bolshoi no se mide por cifras, sino por la riqueza de su historia y su prestigio incomparable.

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