miércoles, 2 de marzo de 2011

PREMIO MAYA PLISETSKAYA ** POR RITA AMODEI








Hoy, en Moscú, por décima sexta vez, se entregó el prestigioso premio de ballet "Alma de la danza". No es solo un galardón profesional sino también una forma de descollar a quienes pertenece el porvenir del ballet ruso y a quienes han coadyuvado a su reconocimiento mundial. La nominación más reputada se titula "Leyenda" y de hoy en adelante este título será Maya Plisétskaya.

El título "Leyenda", aunque sea no oficial hasta ahora, Maya Plisétskaya lo adquirió hace tiempo. Y no solo porque ha dado el único ejemplo de inverosímil longevidad creadora en la historia del ballet: 70 años en escena. Plisétskaya pertenece a la cohorte de artistas geniales gracias a los que se desarrolla el arte coreográfico, en otras palabras: la propia alma de la danza. No en vano para Plisétskaya ponían obras los coreógrafos más conspicuos: Yuri Grigorovich, Maurice Bejart y Roland Petit. El compositor y marido de la bailarina Rodión Schedrín le dedicó los ballets que se escenifican en todas partes. Baste mencionar "Carmen Suite". Los críticos llamaron a Plisétskaya "una bailarina espontánea" y "genio de la metamorfosis". Su nombre en la cartelera en cualquier país del mundo significa a priori no solo el teatro atiborrado de público sino el peligro de que éste sea asaltado. Un día en una de sus entrevistas, Maya Plisétskya confesó:

Yo siento cuando "conquisto" la sala. La conquisto con que le doy algo, en ocasiones no entiendo qué doy concretamente, pero percibo irradiar algo. La gente acoge los acontecimientos de la vida y del arte según un solo criterio: emociono o no, y nada más. Cread a vosotros mismos, hombres. Si el arte de ballet os impresiona, quiere decir que es bueno, si no impresiona, significa que no es bueno. En i caso ha sido justo así.

Maya Plisétskaya nunca ha traicionado al ballet clásico, como decían a veces los malintencionados, apenas aguantaba, según su propia expresión "la naftalina en escena". Siempre ha querido probar algo nuevo. Por ejemplo, bailar clásica literaria rusa: así aparecieron los ballets de Schedrín sobre los motivos de "Ana Karenina" de Tolstoy y de "La Gaviota" de Chéjov, que montó la propia diva. Así como bailar no solo de puntillas sino en sandalias, como suponía el ballet "María Stewart" que danzó en España. O bien, todo el contrario: en zapatos de tacón alto y con el acompañamiento de jazz, lo que hizo en su tiempo junto con la compañía de Chicago.

Para Maya Plisétskaya abrían sus puertas todos los teatros del mundo, pero para ella el principal templo de Talía era el Bolshoi de Moscú. Aquí se produjo su primera "metamorfosis": el brillantemente encarnado papel de Odetta-Odilia, del cisne blanco y del negro, en "El lago de los cisnes" de Chaikovski. Justo en este papel temprano la bailarina conquistó no solo a millones de admiradores sino también a muchas imitadoras. Sin embargo, no se podía imitar a Plisétskaya en todo. Su colosal temperamento, su técnica virtuosísima, su fino juego de actriz: todo esto, en conjunto, ejercía un efecto "embriagador" sobre el público. Cuántas veces la bailarina se veía obligada a danzar sin oír la música debido a las ruidosas ovaciones. Y ahora, dondequiera que se presente Maya Plisétskaya, en un teatro o en una sala de conciertos, por ejemplo en el estreno de un ballet de Rodión Schedrín, el público saluda con aplausos a su artista predilecta y de veras legendaria.

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